BABEL
En 1941 Benjamín Gluck, alias Don Pedro el almacenero, alias Pedro Mesina, el mueblero, alias mi padre; llegó a la Argentina con 17 años biológicos y 18 según el pasaporte. Según Mayer su padre venían escapando de la guerra, para vivir otra vida, según Benjamín fue arrancado del Shtetl, en su Transilvania natal, porque mi abuelo pensó en la seguridad de sus hijos menores, y no contempló que él, Benjamín, se había enamorado. Don Pedro nunca perdonaría a sus hermanos esa decisión que no tuvieron. Mi abuela Ethel nadie sabe que pensó, lo cierto es que calló en el único idioma que conocía con perfección de literata, el idish. Cualquier balbuceo hubiese sido acallado inmediatamente por Mayer, de un puñetazo seco y certero. En realidad la primera en venir fue la tia Jaiche, hermana mayor de Benjamín, se casó en Montevideo con el tío Aizik, que era comunista. Tuvieron un hijo que lo llamaron León que no circuncidaron1
Fueron a una colonia agrícola entre tropical y desértica, en el norte de Santa Fe. Allí, Benjamím descubrió un calor que no conocía, el monte, el asado, el mate y un idioma que primero tradujo, después pensó, y finalmente sincretizó con sus ocho lenguas de frontera. Primero creyó que estaba frente a la redención por el trabajo manual, que había aprendido de sus amigos del Hashomer o comunistas, y el espíritu colonizador que vio en otros inmigrantes. Así se casó, entre otras cosas, para tener su propia parcela de tierra, pero pronto descubrió que las tareas agrícolas no lo apasionaban, tuvo una hija, se separó y viajó a Rosario. Allí instaló un despacho de bebidas, con parroquianos criollos, que hablaban de fútbol y jugaban al truco, dos cosas que Benjamín, rebautizado ahora Don Pedro, nunca comprendería. Mayer, también se fue a Rosario para morir del cáncer que trajo de Europa.
Con el tiempo conocería a mi madre, Luisa o Lea, hija de un ruso comunista y alcohólico y de una lituana analfabeta; que vivía con sus seis hermanos en un conventillo del centro. Según su madre la “Leie” era “enferma de los nervios”, y con esto explicaba las veces que la había apaleado y atado desde chica.
Se casaron por “jipe”2, por civil no pudieron o creyeron que no podían, y tuvieron una hija a la que llamaron Sofía que cuando creció se hizo llamar Susana. Mientras tanto, Don Pedro dejó el despacho de bebidas y se convirtió en un próspero almacenero, compró un auto pero tuvo que venderlo porque no aprendió a manejar, y empezó una actividad que lo apasionaría: comprar y vender casas y mudarse a todas las que iba comprando. Mi madre a todo esto empezó a hacerse llamar Juanita y conoció varios manicomios y electrochoques, que hicieron lo que hacía su madre empíricamente.
Años después nací yo, me pusieron de nombre Mario en honor de mi abuelo Mayer y nunca cambié mi nombre ni acepté ningún apodo. Debería decir que me lo cambiaron, cuando empecé la escuela hebrea me llamaron Meir, pero sólo en el turno tarde, donde Guillermito se llamaba Neftalí; Sergio, Eliécer; y David era el único que conservaba su nombre.
El tiempo pasaba sin mayores sobresaltos para Pedro Benjamín, salvo por la muerte de su hermano menor, Mesilin o Manolo para los amigos de escolazo y burdeles. El tío Manolo estaba carcomido por un cáncer, que le había tomado cerebro.
La escuela hebrea, además de cambiarme el nombre, me enseñó un nuevo idioma que me permitió entre otras cosas llamar correctamente las festividades judías. Así Rosh hashune se empezó a llamar Rosh Hashana, Yom Kiper Yom Kipur y el plebeyo y diaspórico Shabes se transformó en el originario Shabat. Mi deporte predilecto fue corregir a mi padre en su incorrecto hebreo, y mi ilusión fue por fin poder hablar con mi abuela Ethel sin traductores. Pero ambas fueron tareas vanas, mi padre siguió pronunciando como antes y mi abuela no me comprendía, sólo atinaba a responder siempre con el mismo sonsonete ¿por qué no se aprende idish?...
Así pasó una parte de mi infancia, entre idiomas, dialectos y cocoliches, hasta que un dia mis padres decidieron que fueramos a Israel. Mi padre soñó con la vuelta al shtetl, mi madre con un lugar donde nadie recordaría su paso por el psiquiátrico, mi hermana con el pais al que todo joven judío tarde o temprano iba a ir, y yo en que de una vez por todas los que me rodeaban y yo mismo tuviéramos un solo nombre y habláramos un mismo idioma.
Las ilusiones duraron poco y pronto Benjamín descubrió que eso era el desierto del Neguev y no los Cárpatos y que ninguno de sus ocho idiomas servían en Beer Sheva. Mi madre pudo vivir sin los viejos estigmas, pero se apropió de otros nuevos, y mi hermana lamentó haber perdido su viaje iniciático. A mí no me llamaron Meir como en la escuela hebrea, la maestra había decidido dejarme mi nombre original, tal como ella lo entendía o lo podía proniunciar. Así, para ella y para mis compañeros de colegio me empecé a llamar Maggio, en un impensado cocoliche del español. Me encontré así con un nuevo idioma, que se parecía solo vagamente al que había aprendido en la escuela, y hablando y pensando en el con los israelíes y hablando y pensando en español en casa. También aprendí que había gente peligrosa a la que llamaban arabí,3 gente sucia a la que llamaban marrocanos, y gente bruta a la que llamaban grusines4.
En la pequeña torre de babel donde vivíamos había, de todo, menos arabes por supuesto, marroquíes de lejano origen hispánico, rumanos, rusos, georgianos y yemenitas. Por distintos motivos era difícil entenderse y por supuesto convivir y jamás supimos los nombres propios de nuestros vecinos, sólo su nacionalidad.
Los días transcurrieron y la diferencia se transformó en rutina, en el paisaje cotidiano que ya no asombra. Pero como en todo relato que se precie debe ocurrir algo extraordinario, aquí también ocurrió. El Yom Kipur de 1974, estalló una guerra, que los que estabamos en el edificio no entendimos del todo, pero que nos obligó a salir de nuestros departamentos y encerrarnos el el refugio. Al principio intentamos comunicarnos, los que sabían y los que no hablaron de pronto en hebreo, para saber si el otro tenía alguna noticia de lo que estaba ocurriendo. Todo era vaguedad e incertidumbre, y cada uno volvió a hablar en su idioma o la variedad que conocía, los soliloquios se transformaron en un coro caótico y alocado.6Por fin sonó la sirena que indicaba que se podía salir, y todo el mundo se llamó a silencio.
Cada uno fue a su casa, no hubo comentarios del tema, y volver al refugio, todos los días, se volvió rutina. Nunca más hubo un estallido como el del primer día, ya nadie creía seriamente que un bombardeo iba a destruirnos.
1. Cuando mis abuelos descubrieron que León no era circunciso, montaron en cólera. Mi abuelo los echó de su casa y mi abuela maldijo al bebé. Fue el primer arrepentimiento fuerte que el provocó su celo religioso, el chico, se descubrió después tenía una enfermedad incurable.
2. Casamiento religioso judío, recuerdo al lector que el judaísmo permite el divorcio.
3. También los árabes eran gente sucia, por lo menos era lo que decia la morá de actividades prácticas cuando, al ver mis trabajitos, me decía
- No seas sucio como un árabe.
4. Georgianos, en hebrero. Eran unos montañeses muy divertidos, todas las noches estaban de fiesta. Nunca supe cuantos eran, pero eran muchos
5. Día del perdón. Para mí era el dia que todos íbamos a la sinagoga y nos encontrábamos con familiares, amigos. Mis padres ayunaban pero me llevaban a comer un carlitos en el bar de la esquina.
6. Algún tiempo después escuché el mismo griterío en una misa pentecostal
miércoles, 23 de diciembre de 2009
CONFESIONES DE UN ASESINO
CONFESIONES DE UN ASESINO
Se abre el telón y aparece un actor de alrededor de 50 años leyendo en la cama. El escenario es una cama, un perchero antiguo con un abrigo, un roperito, un espejo oval en la pared y una silla de madera. El libro es de Patricia Higsmith
- Solamente alguien que haya asesinado puede contar con tanta precisión y poesía lo que siente un asesino. Pero mi historia no la contaron todavia ninguno de los genios del policial ni negro ni del blanco. (se incorpora y mira al público) Sí, nadie hasta ahora se enteró de mis, y perdonen la inmodestia, delicadisimos asesinatos. El secreto del crimen perfecto es no dejar huellas, o matar sin que sea considerado eso. ¿qué de qué hablo?. Vamos...piénsenlo un poquito ¿ninguno de ustedes mató a nadie?. Se los voy a preguntar de otra manera ¿nunca le desearon la muerte a nadie ni siquiera por piedad?. La muerte forma parte del azar, y matar a alguien es encontrar el momento justo en que algunas circunsancias coincidan.
La primera que sacrifiqué fue a mi hermana mayor. Ya no la soportaba, su tiranía me dejaba siempre como el último orejón del tarro. Siempre pedía y siempre le daban, vestidito a la moda, lo pedía, y enseguida lo tenía, mis padres conseguían lo que ella quería, no importaba dinero ni distancia. Así si mierda quería mierda tenía.
Yo no pedía mucho, mi madre a veces me preguntaba - Vos que querés? - Nada mamá ......
En realidad no había nada en la casa de muñecas donde estabamos comprando el ultimo capricho de mi hermana....Un dia lo decidí, tenía que liberarme de ella, solo tenia que encontrar la ocasión propicia y el momento exacto, o crearlos.
Ella misma me dio una señal el día que entré a la habitación que compartíamos y estaba sentada en la cama escondiendo su rostro. Me acerqué y vi que tenía un pañuelo manchado con sangre que chorreaba de su nariz. Cuando me vió me hizo jurar que no diría nada a nuestros padres, que no la delatara, porque nuestros padres no la dejarían ir esa noche a la fiesta de su amiga... En principio me negué, más que por preocupación, porque pensé estúpidamente que no podía dejar pasar aquella oportunidad de descubrir a la botona de mi hermana. Insistió, me rogó de rodillas que no dijera nada, algo importante quería ocultar o era más fuerte su deseo de salir esa noche. Finalmente accedí, después de todo era un secreto que seguramente sería más importante de lo que parecía, y ser su dueño me permitía extorsionarla. Durante el resto del día su estado empezó a empeorar, noté que varias veces casi se desmayaba y estaba pálida. Finalmente esa noche salió, y antes de irse y despedirse amorosamente de mis padres, me miró con gravedad.
A la madrugada vinieron a avisarnos que la habían internado en el hospital, nada grave un simple desmayo, pero la querían observar durante la noche. Salimos, despertamos a la tía Raquel para que me cuidara esa noche, mientras mis padres esperaban en el hospital. A la mañana siguiente tuve la buena nueva, mi hermana había muerto. Disimulé mi alegría detrás de lágrimas copiosas, mientras mi tía Raquel trataba de consolarme vanamente, y mi tío Isaac le decía que me dejara solo. Mis padres estaban desconsolados y repetían a cada rato la pregunta de los médicos de si en el día había tenido algún síntoma como desmayos o hemorragias...
El velorio la tuvo como centro y abundaron los - ¡Tenía la vida por delante!... - ¡No lo puedo creer!,...- Era tan alegre!,... - ¡Estaba tan llena de vida!, etcétera, etcétera... Hubo crisis de llanto varias, de abuelos, tíos, amigas. Esperé con paciencia que todos se retiraran, la enterraran y por fin empezara una nueva vida para mí. Pero me equivoqué, mi vida cambió, pero no como yo lo esperaba, el alma de mi hermana, como decían mis padres, seguía estando en la casa... Mi padre se dedicaba todos los viernes a la tarde a escuchar los discos de mi hermana, a mirar sus fotos y boletines de calificaciones, mientras jugaba con Jacki, el perrito de mi hermana...
Esto se repitió varios años, hasta que un día me cansé, y estando solo en casa provoqué un incendio que destruyó toda la cocina y el comedor, donde estaban apilados los discos y las fotos. Tuve la esperanza de que nos mudáramos a otra casa y de que el ritual de los viernes se terminara... Pero después de llantos, gritos e histerias varias decidieron arreglar la casa y los viernes empezaron a invitar a Patricia, una amiga de mi hermana, que comía con nosotros y contaba anécdotas de ella. La verdad es que yo también empecé a querer a Patricia, y pensé en matarla, pero después me pareció que era inútil. (El asesino se acerca al ropero y saca pelucas y vestidos, que empieza a probarse) Decidí probar otra estrategia (se sienta en la silla que está frente al espejo y toma pinturas y maquillaje).
Me vestí como ella... y quise darles una sorpresa a mis padres. ¡Vaya que se la llevaron!. Mi padre se quitó el cinto de un solo movimiento, me arrancó la peluca y el vestido, y me dio cintazos hasta que lo venció el cansancio... Mi madre me abrazó y lloró lo que le pareció una nueva desgracia. En ese preciso instante decidí quien sería el próximo muerto.
No era fácil, pero mi travestismo ocasional, le había disparado la presión sanguínea, así que podia ser el comienzo de algún problema cardíaco. Pensé que podía ayudar al destino disparando sobre sus puntos débiles, un día le hice desaparecer una chequera, otro día le rayé la pintura del auto, hice una copia de las llaves del negocio y se las di a unos ladrones, que prolijamente lo desvalijaron, hablé con el novio de Patricia para que la convenciera de no venir más. Fui sistemático, semana a semana tenía una nueva para resentir su ánimo, hasta que un día saqué a Jacki, un rato antes que mi padre volviera de trabajar, y empecé a jugar con el perro a que cruzara la calle y yo lo llamaba desde la vereda contraria. El muy pavote movía la colita contento con el juego, y corría de verdeda a vereda, hasta que en el preciso instante en el que estaba llegando mi padre, lo pisó un camión dejando un charco de sangre. Mi padre vio la escena se desmayó tomándose el pecho, y cayó al suelo de espaldas como una bolsa de papas. Yo levanté lo que quedaba de Jacki, para llevarlo a casa y enterrarlo en el jardín, previo mostrarlo a mi padre como correspondía. Yacía en la vereda y el golpe le había producido una herida en la cabeza, primero llevé al perro, lo dejé a un costado y fui a buscarlo a mi padre, que estaba inconsciente y perdiendo sangre, no había nadie en la calle de ese mediodía de verano. Ya adentro comprobé que su pulso era débil y me senté a esperar que llegara mi madre, que había salido de compras. Llegó en una hora y salió corriendo a buscar un teléfono para que viniera un médico, que vino dos horas más tarde, cuando ya no había nada por hacer...
Nuevamente imaginé que tendría una vida nueva, y efectivamente fue así, pero tampoco como yo lo esperaba, pero mi madre, se aferró a sus recuerdos, esta vez incorporando un nuevo muerto a su lista de acompañantes, y llenó la casa de retratos y fotos de mi padre y de mi hermana. Prendía velas para los cumpleaños y aniversarios y ecuchaba la música que le gustaba a mi padre... Cada tanto me reprochaba que estuviera vivo, llegando al punto de decirme un día que yo los había matado, describiendome punto por punto lo que les estuve contando... Fue demasiado para mí, y le dije que ella sería la próxima, que cuando menos se lo esperaba yo la mataría, me dijo que no esperara que lo hiciera ahora mismo...
Pero no lo hice, el secreto de un buen asesino es que ni su víctima tiene que sospecharlo, y cuando le dije que lo iba hacer había anulado esa posibilidad. Así pasaron días, semanas, meses, quizás años en los que seguían los reproches y los rituales. El día que intentó suicidarse con un cuchillo de cocina, la salvé con premura, la llevé al hospital, y cuando se recuperó la interné en un manicomio. No supe más nada de ella, me fui a vivir lejos, y eliminé cuidadosamente cualquier huella para que me pudieran ubicar, probablemente haya muerto. Cuidé que la internaran con las fotos y los discos, así que imagino que pasó o esta pasando sus últimos días con sus recuerdos.(Se siente un ruido de llaves, entran en la habitación dos hombres jóvenes. El asesino se sobresalta, y cuando ve quienes entran se le nota una expresión de alegría)
- ¡Hijo, volviste! (los hombres no lo escuchan ni lo ven y el asesino intenta abrazar a uno de ellos. Los dos hombres siguen conversando)
- ¿Cómo fue lo de tu viejo? (el asesino pone una expresión de incredulidad que muta a una resignación frente a su invisibilidad)
- La verdad es que no sé, yo hace un año que no lo veía, la última vez discutimos. Lo encontraron en su habitación, parece que hacía varios días que había muerto. Le dije que no soportaba que el nunca me haya contado su historia.. (El asesino se retira, apesadumbrado, haciendo mutis por el foro)
TELÓN
Se abre el telón y aparece un actor de alrededor de 50 años leyendo en la cama. El escenario es una cama, un perchero antiguo con un abrigo, un roperito, un espejo oval en la pared y una silla de madera. El libro es de Patricia Higsmith
- Solamente alguien que haya asesinado puede contar con tanta precisión y poesía lo que siente un asesino. Pero mi historia no la contaron todavia ninguno de los genios del policial ni negro ni del blanco. (se incorpora y mira al público) Sí, nadie hasta ahora se enteró de mis, y perdonen la inmodestia, delicadisimos asesinatos. El secreto del crimen perfecto es no dejar huellas, o matar sin que sea considerado eso. ¿qué de qué hablo?. Vamos...piénsenlo un poquito ¿ninguno de ustedes mató a nadie?. Se los voy a preguntar de otra manera ¿nunca le desearon la muerte a nadie ni siquiera por piedad?. La muerte forma parte del azar, y matar a alguien es encontrar el momento justo en que algunas circunsancias coincidan.
La primera que sacrifiqué fue a mi hermana mayor. Ya no la soportaba, su tiranía me dejaba siempre como el último orejón del tarro. Siempre pedía y siempre le daban, vestidito a la moda, lo pedía, y enseguida lo tenía, mis padres conseguían lo que ella quería, no importaba dinero ni distancia. Así si mierda quería mierda tenía.
Yo no pedía mucho, mi madre a veces me preguntaba - Vos que querés? - Nada mamá ......
En realidad no había nada en la casa de muñecas donde estabamos comprando el ultimo capricho de mi hermana....Un dia lo decidí, tenía que liberarme de ella, solo tenia que encontrar la ocasión propicia y el momento exacto, o crearlos.
Ella misma me dio una señal el día que entré a la habitación que compartíamos y estaba sentada en la cama escondiendo su rostro. Me acerqué y vi que tenía un pañuelo manchado con sangre que chorreaba de su nariz. Cuando me vió me hizo jurar que no diría nada a nuestros padres, que no la delatara, porque nuestros padres no la dejarían ir esa noche a la fiesta de su amiga... En principio me negué, más que por preocupación, porque pensé estúpidamente que no podía dejar pasar aquella oportunidad de descubrir a la botona de mi hermana. Insistió, me rogó de rodillas que no dijera nada, algo importante quería ocultar o era más fuerte su deseo de salir esa noche. Finalmente accedí, después de todo era un secreto que seguramente sería más importante de lo que parecía, y ser su dueño me permitía extorsionarla. Durante el resto del día su estado empezó a empeorar, noté que varias veces casi se desmayaba y estaba pálida. Finalmente esa noche salió, y antes de irse y despedirse amorosamente de mis padres, me miró con gravedad.
A la madrugada vinieron a avisarnos que la habían internado en el hospital, nada grave un simple desmayo, pero la querían observar durante la noche. Salimos, despertamos a la tía Raquel para que me cuidara esa noche, mientras mis padres esperaban en el hospital. A la mañana siguiente tuve la buena nueva, mi hermana había muerto. Disimulé mi alegría detrás de lágrimas copiosas, mientras mi tía Raquel trataba de consolarme vanamente, y mi tío Isaac le decía que me dejara solo. Mis padres estaban desconsolados y repetían a cada rato la pregunta de los médicos de si en el día había tenido algún síntoma como desmayos o hemorragias...
El velorio la tuvo como centro y abundaron los - ¡Tenía la vida por delante!... - ¡No lo puedo creer!,...- Era tan alegre!,... - ¡Estaba tan llena de vida!, etcétera, etcétera... Hubo crisis de llanto varias, de abuelos, tíos, amigas. Esperé con paciencia que todos se retiraran, la enterraran y por fin empezara una nueva vida para mí. Pero me equivoqué, mi vida cambió, pero no como yo lo esperaba, el alma de mi hermana, como decían mis padres, seguía estando en la casa... Mi padre se dedicaba todos los viernes a la tarde a escuchar los discos de mi hermana, a mirar sus fotos y boletines de calificaciones, mientras jugaba con Jacki, el perrito de mi hermana...
Esto se repitió varios años, hasta que un día me cansé, y estando solo en casa provoqué un incendio que destruyó toda la cocina y el comedor, donde estaban apilados los discos y las fotos. Tuve la esperanza de que nos mudáramos a otra casa y de que el ritual de los viernes se terminara... Pero después de llantos, gritos e histerias varias decidieron arreglar la casa y los viernes empezaron a invitar a Patricia, una amiga de mi hermana, que comía con nosotros y contaba anécdotas de ella. La verdad es que yo también empecé a querer a Patricia, y pensé en matarla, pero después me pareció que era inútil. (El asesino se acerca al ropero y saca pelucas y vestidos, que empieza a probarse) Decidí probar otra estrategia (se sienta en la silla que está frente al espejo y toma pinturas y maquillaje).
Me vestí como ella... y quise darles una sorpresa a mis padres. ¡Vaya que se la llevaron!. Mi padre se quitó el cinto de un solo movimiento, me arrancó la peluca y el vestido, y me dio cintazos hasta que lo venció el cansancio... Mi madre me abrazó y lloró lo que le pareció una nueva desgracia. En ese preciso instante decidí quien sería el próximo muerto.
No era fácil, pero mi travestismo ocasional, le había disparado la presión sanguínea, así que podia ser el comienzo de algún problema cardíaco. Pensé que podía ayudar al destino disparando sobre sus puntos débiles, un día le hice desaparecer una chequera, otro día le rayé la pintura del auto, hice una copia de las llaves del negocio y se las di a unos ladrones, que prolijamente lo desvalijaron, hablé con el novio de Patricia para que la convenciera de no venir más. Fui sistemático, semana a semana tenía una nueva para resentir su ánimo, hasta que un día saqué a Jacki, un rato antes que mi padre volviera de trabajar, y empecé a jugar con el perro a que cruzara la calle y yo lo llamaba desde la vereda contraria. El muy pavote movía la colita contento con el juego, y corría de verdeda a vereda, hasta que en el preciso instante en el que estaba llegando mi padre, lo pisó un camión dejando un charco de sangre. Mi padre vio la escena se desmayó tomándose el pecho, y cayó al suelo de espaldas como una bolsa de papas. Yo levanté lo que quedaba de Jacki, para llevarlo a casa y enterrarlo en el jardín, previo mostrarlo a mi padre como correspondía. Yacía en la vereda y el golpe le había producido una herida en la cabeza, primero llevé al perro, lo dejé a un costado y fui a buscarlo a mi padre, que estaba inconsciente y perdiendo sangre, no había nadie en la calle de ese mediodía de verano. Ya adentro comprobé que su pulso era débil y me senté a esperar que llegara mi madre, que había salido de compras. Llegó en una hora y salió corriendo a buscar un teléfono para que viniera un médico, que vino dos horas más tarde, cuando ya no había nada por hacer...
Nuevamente imaginé que tendría una vida nueva, y efectivamente fue así, pero tampoco como yo lo esperaba, pero mi madre, se aferró a sus recuerdos, esta vez incorporando un nuevo muerto a su lista de acompañantes, y llenó la casa de retratos y fotos de mi padre y de mi hermana. Prendía velas para los cumpleaños y aniversarios y ecuchaba la música que le gustaba a mi padre... Cada tanto me reprochaba que estuviera vivo, llegando al punto de decirme un día que yo los había matado, describiendome punto por punto lo que les estuve contando... Fue demasiado para mí, y le dije que ella sería la próxima, que cuando menos se lo esperaba yo la mataría, me dijo que no esperara que lo hiciera ahora mismo...
Pero no lo hice, el secreto de un buen asesino es que ni su víctima tiene que sospecharlo, y cuando le dije que lo iba hacer había anulado esa posibilidad. Así pasaron días, semanas, meses, quizás años en los que seguían los reproches y los rituales. El día que intentó suicidarse con un cuchillo de cocina, la salvé con premura, la llevé al hospital, y cuando se recuperó la interné en un manicomio. No supe más nada de ella, me fui a vivir lejos, y eliminé cuidadosamente cualquier huella para que me pudieran ubicar, probablemente haya muerto. Cuidé que la internaran con las fotos y los discos, así que imagino que pasó o esta pasando sus últimos días con sus recuerdos.(Se siente un ruido de llaves, entran en la habitación dos hombres jóvenes. El asesino se sobresalta, y cuando ve quienes entran se le nota una expresión de alegría)
- ¡Hijo, volviste! (los hombres no lo escuchan ni lo ven y el asesino intenta abrazar a uno de ellos. Los dos hombres siguen conversando)
- ¿Cómo fue lo de tu viejo? (el asesino pone una expresión de incredulidad que muta a una resignación frente a su invisibilidad)
- La verdad es que no sé, yo hace un año que no lo veía, la última vez discutimos. Lo encontraron en su habitación, parece que hacía varios días que había muerto. Le dije que no soportaba que el nunca me haya contado su historia.. (El asesino se retira, apesadumbrado, haciendo mutis por el foro)
TELÓN
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