Las dos sinagogas
En la calle Paraguay y Mendoza hay dos sinagogas, una grande, estilo art deco con un imponente escenario, un gran salón y balcones a los costados, como plateas, donde se ubicaban las mujeres. Cruzando un patio, en la parte trasera, había una habitación que era la sinagoga más pequeña y modesta, usada generalmente por los feligreses más piadosos. En el Shil grande, oficiaba un Jazán con voz de tenor y vestido con unas hermosas túnicas blancas o negras de acuerdo a la ceremonia. Cantaba junto con un coro y había una puesta en escena deslumbrante por momentos, que no lograba acallar el murmullo de los feligreses. En el shil chiquito, se turnaban los oficiantes, que eran elegidos entre los que más sabían del ritual, la ceremonia parecía más caótica por momentos, cada uno rezaba como para si mismo y se conversaba sólo en los intervalos. Hay que aclarar que los rezos de un día como Rosh Hashana o Iom Kipur ocupan libros enteros y son muchas horas, por lo que las festividades son una buena ocasión para encuentros y conversar sobre los temas de actualidad.
Por una razón que nunca entendí del todo, mi papá que no era muy devoto iba al Shil Chiquito, y su hermano el tío José, que era más religioso, iba al grande. Cuando íbamos a la calle Paraguay yo fluctuaba entre las dos sinagogas y mi diversión era comparar en qué parte del ceremonial estaba cada una, generalmente el chiquito iba aventajado por bastante tiempo al grande.
Yo no rezaba y otra de mis actividades era revisar una enorme mesa de libros que había en el shil chiquito, donde había viejos libros de rezos y algunas Torás en Hebreo, junto con algunos libros en español, cuidadosamente forrados. Uno de ellos fue Flash, de la colección Hechos reales de EMECE, me lo leí en una tarde de Iom Kipur. Pero no fue siempre así, la mayoría de las veces era acompañar a mi padre o a mi tío que trataban en vano de que entendiera el sentido del rezo, o estar a su lado mientras conversaban con algún otro feligrés en idish, sin que yo entendiera nada.
Pero un día de 1980 o 1981 pasó algo distinto, estaba con mi padre en el shil chiquito en el momento de descanso y se acercó a hablar con él Don Gaissiner, que terminaba de dirigir la ceremonia, empezaron en idish, pero a poco de comenzar el hombre pregunto si yo sabía idish, y ante la negativa empezó a hablar en español y me integró a la conversación. Cuando se disponían a volver a los rituales, le dije a mi padre que iba a verlo al tío José en el otro shil. Crucé el patio y entré al gran salón y me acerqué al tío que estaba conversando con otros hombres esta vez también en español. Me presentó a sus contertulios, que no repararon demasiado en mi y continuaron con lo suyo, y me quedé escuchándolos. Hablaban de Jacobo Timerman, de que había decidido irse a Israel, que había sido torturado, que entre los militares había mucho antisemitismo, que el hijo de algún paisano estaba desaparecido. No todos parecían opinar lo mismo, sin embargo la discusión no era subida de tono, mantenían la charla amistosa, coincidiendo en los temores que les generaba lo que le había ocurrido a Timerman.
Semanas después, mi mamá me llevó a la dentista, en la sala de espera había revistas, Antena, Gente, Radiolandia, pero la que me llamó la atención fue Somos que tenía una foto enorme de Jacobo Timerman, con el título de "La Guerra ideológica", busco la nota y leo que Timerman había ido a una reunión de la Sociedad Interamericana de Prensa, y el cronista decía algo distinto de lo que había escuchado en Iom Kipur:
Timerman repitió el leit motiv de los artículos que firma en la prensa norteamericana y europea: acusó al gobierno argentino de fascista, describió con truculencia casi teatral sus seis meses de detención, lanzó aquí y allá nombres de presuntos desaparecidos y terminó su discurso con una infortunada denuncia que acabaría por resultar un tiro por la culata: dijo que su caso era el símbolo más claro de la persecución contra los judíos que se libraba en la Argentina. (…) Pero el ataque más duro que recibió Timerman estuvo a cargo de los editores argentinos Jorge Anuar (Pregón, de Jujuy), José Claudio Escribano (La Nación), Máximo Gainza Castro (La Prensa) y Raúl Kraiselburd (El Día, de La Plata), que asumieron la defensa de su país ‘hasta hacer enrojecer a Timerman’, según un cable de Associated Press.
Mario Gluck
viernes, 18 de enero de 2019
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